Hechos 22-28


 
Hechos 22
 
  1   Varones hermanos y padres, oíd mi defensa que hago ahora ante vosotros.
  2   Y cuando oyeron que les hablaba en lengua hebrea, guardaron más silencio. Y les dijo:
  3   Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, mas criado en esta ciudad a los pies de Gamaliel, enseñado estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, siendo celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros.
  4   Y perseguí este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles así hombres como mujeres;
  5   como también el sumo sacerdote me es testigo, y todos los ancianos; de los cuales también recibí cartas para con los hermanos; e iba a Damasco para traer presos a Jerusalén a los que estuviesen allí, para que fuesen castigados.
  6   Y aconteció que cuando hacía mi jornada, y llegaba cerca de Damasco, como a mediodía, repentinamente resplandeció del cielo una gran luz que me rodeó;
  7   y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
  8   Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quién tú persigues.
  9   Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; mas no oyeron la voz del que hablaba conmigo.
  10   Y dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas.
  11   Y como yo no podía ver a causa de la gloria de aquella luz, llevado de la mano por los que estaban conmigo, vine a Damasco.
  12   Entonces un Ananías, varón piadoso conforme a la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que moraban allí,
  13   vino a mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella hora le miré.
  14   Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido, para que conocieses su voluntad, y vieses a aquel Justo, y oyeses la voz de su boca.
  15   Porque serás testigo suyo ante todos los hombres de lo que has visto y oído.
  16   Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y sé bautizado; y lava tus pecados invocando el nombre del Señor.
  17   Y me aconteció, que vuelto a Jerusalén, mientras oraba en el templo, fui arrebatado fuera de mí.
  18   Y le vi que me decía: Date prisa, y sal cuanto antes de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.
  19   Y yo dije: Señor, ellos saben que yo encarcelaba, y azotaba por las sinagogas a los que creían en ti;
  20   y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu mártir, yo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban.
  21   Y me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles.
  22   Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva.
  23   Y como ellos daban voces y arrojaban sus ropas y echaban polvo al aire,
  24   el tribuno mandó que le llevasen a la fortaleza, y ordenó que fuese interrogado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él.
  25   Y como le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un hombre romano sin ser condenado?
  26   Y como el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: Mira bien qué vas a hacer; porque este hombre es romano.
  27   Entonces vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú romano? Él dijo: Sí.
  28   Y respondió el tribuno: Yo con grande suma alcancé esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo la tengo de nacimiento.
  29   Así que, luego se apartaron de él los que le habían de interrogar; y aun el tribuno al saber que era romano, tuvo temor por haberle atado.
  30   Y al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por la que era acusado de los judíos, le soltó de las cadenas, y mandó venir a los príncipes de los sacerdotes y a todo su concilio; y sacando a Pablo, le presentó delante de ellos.

 
Hechos 23
 
  1   Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy.
  2   Y el sumo sacerdote Ananías, mandó a los que estaban delante de él, que le golpeasen en la boca.
  3   Entonces Pablo le dijo: Dios te golpeará a ti, pared blanqueada: ¿Y tú estás sentado para juzgarme conforme a la ley, y contra la ley me mandas golpear?
  4   Y los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios insultas?
  5   Y Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás al príncipe de tu pueblo.
  6   Y cuando Pablo percibió que una parte era de saduceos, y la otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo siendo fariseo, hijo de fariseo; de la esperanza y de la resurrección de los muertos soy juzgado.
  7   Y cuando hubo dicho esto, se levantó una disensión entre los fariseos y los saduceos; y la multitud fue dividida.
  8   Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos profesan estas cosas.
  9   Y se levantó un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no peleemos contra Dios.
  10   Y como hubo gran disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado de ellos, ordenó a los soldados que bajaran para arrebatarlo de en medio de ellos, y llevarlo a la fortaleza.
  11   Y a la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo; pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.
  12   Y cuando fue de día, algunos de los judíos se juntaron, e hicieron voto bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo.
  13   Y eran más de cuarenta los que habían hecho esta conjura;
  14   los cuales vinieron a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, y dijeron: Nosotros hemos hecho voto bajo maldición, que no hemos de gustar nada hasta que hayamos dado muerte a Pablo.
  15   Ahora, pues, vosotros, con el concilio, pedid al tribuno que le saque mañana a vosotros, como que queréis inquirir acerca de él alguna cosa más cierta; y nosotros estaremos apercibidos para matarle antes que él llegue.
  16   Mas cuando el hijo de la hermana de Pablo oyó de la asechanza, fue y entró en la fortaleza, y dio aviso a Pablo.
  17   Y Pablo, llamando a uno de los centuriones, dice: Lleva a este joven al tribuno, porque tiene algo que decirle.
  18   Entonces él le tomó y le llevó al tribuno, y dijo: El preso Pablo, llamándome, me rogó que trajese a ti a este joven, porque tiene algo que decirte.
  19   Y el tribuno, tomándole de la mano y retirándose aparte, le preguntó: ¿Qué es lo que tienes que decirme?
  20   Y él dijo: Los judíos han concertado rogarte que mañana lleves a Pablo ante el concilio, como que van a inquirir de él alguna cosa más cierta.
  21   Mas tú no les creas; porque más de cuarenta hombres de ellos le acechan, los cuales han hecho voto bajo maldición, de no comer ni beber hasta que le hayan dado muerte; y ahora están apercibidos esperando de ti promesa.
  22   Entonces el tribuno despidió al joven, mandándole que a nadie dijese que le había dado aviso de esto.
  23   Y llamando a dos centuriones, mando que apercibiesen para la hora tercera de la noche doscientos soldados, y setenta de a caballo y doscientos lanceros, para que fuesen hasta Cesarea;
  24   y que aparejasen cabalgaduras en que poniendo a Pablo le llevasen en salvo a Félix el gobernador.
  25   Y escribió una carta de esta manera:
  26   Claudio Lisias al excelentísimo gobernador Félix: Salud.
  27   A este hombre, aprehendido por los judíos, y que iban ellos a matar, libré yo acudiendo con la tropa, habiendo entendido que era romano.
  28   Y queriendo saber la causa por qué le acusaban, le llevé ante el concilio de ellos;
  29   y hallé que le acusaban de cuestiones de la ley de ellos, pero que ninguna acusación tenía digna de muerte o de prisión.
  30   Y cuando me fue dicho de como los judíos asechaban a este hombre, al punto le he enviado a ti, mandando también a los acusadores que digan delante de ti lo que tienen contra él. Pásalo bien.
  31   Entonces los soldados, tomando a Pablo como les era mandado, le llevaron de noche a Antípatris.
  32   Y al día siguiente, dejando a los de a caballo que fuesen con él, se volvieron a la fortaleza.
  33   Los cuales, como llegaron a Cesarea, y dieron la carta al gobernador, presentaron también a Pablo delante de él.
  34   Y cuando el gobernador leyó la carta, preguntó de qué provincia era; y entendiendo que de Cilicia,
  35   dijo: Te oiré cuando vengan tus acusadores. Y mandó que le guardasen en el pretorio de Herodes.

 
Hechos 24
 
  1   Y cinco días después el sumo sacerdote Ananías, descendió con algunos de los ancianos y cierto orador llamado Tértulo; y comparecieron ante el gobernador contra Pablo.
  2   Y cuando éste fue llamado, Tértulo comenzó a acusarle, diciendo: Debido a ti gozamos de gran quietud, y muchas cosas son bien gobernadas en la nación por tu providencia;
  3   en todo tiempo y en todo lugar lo recibimos con toda gratitud, oh excelentísimo Félix.
  4   Pero por no serte muy tedioso, te ruego que nos oigas brevemente conforme a tu gentileza.
  5   Porque hemos hallado que este hombre es pestilencial, y levantador de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos.
  6   Quien también intentó profanar el templo; y prendiéndole, le quisimos juzgar conforme a nuestra ley.
  7   Mas interviniendo el tribuno Lisias, con gran violencia le quitó de nuestras manos,
  8   mandando a sus acusadores que viniesen a ti. Tú mismo, al interrogarle, podrás enterarte de todas estas cosas de que le acusamos.
  9   Y asentían también los judíos, diciendo ser así estas cosas.
  10   Y habiéndole hecho señal el gobernador para que hablase, Pablo respondió: Porque sé que desde hace muchos años eres juez de esta nación, de buen ánimo haré mi defensa.
  11   Porque tú puedes verificar que no hace más de doce días yo subí a adorar a Jerusalén;
  12   y no me hallaron en el templo disputando con alguno, ni alborotando al pueblo, ni en las sinagogas, ni en la ciudad;
  13   ni pueden probar las cosas de que ahora me acusan.
  14   Pero te confieso esto, que conforme al Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas;
  15   teniendo esperanza en Dios que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos, la cual también ellos esperan.
  16   Y por esto yo procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.
  17   Mas pasados muchos años, vine a hacer limosnas a mi nación, y ofrendas.
  18   Y en esto, unos judíos de Asia me hallaron purificado en el templo no con multitud ni con alboroto;
  19   los cuales debían haber comparecido ante ti, y acusar, si contra mí tenían algo.
  20   O digan estos mismos si hallaron en mí alguna cosa mal hecha, cuando comparecí ante el concilio,
  21   a no ser por aquella voz, que clamé estando entre ellos: Acerca de la resurrección de los muertos soy juzgado hoy por vosotros.
  22   Entonces Félix, oídas estas cosas, teniendo mejor conocimiento de este Camino, les puso dilación, diciendo: Cuando descendiere el tribuno Lisias acabaré de conocer de vuestro asunto.
  23   Y mandó al centurión que se guardase a Pablo, y que tuviese libertades; y que no impidiesen a ninguno de los suyos servirle o venir a él.
  24   Y algunos días después, viniendo Félix con Drusila, su esposa, la cual era judía, llamó a Pablo, y le oyó acerca de la fe en Cristo.
  25   Y disertando él de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix, se espantó, y dijo: Vete ahora, y teniendo oportunidad te llamaré.
  26   Esperando también con esto, que de parte de Pablo le sería dado dinero para que le soltase; por lo cual, haciéndole venir muchas veces, hablaba con él.
  27   Pero al cabo de dos años recibió Félix por sucesor a Porcio Festo; y queriendo Félix congraciarse con los judíos, dejó preso a Pablo.

 
Hechos 25
 
  1   Festo, pues, entrado en la provincia, tres días después subió de Cesarea a Jerusalén.
  2   Entonces el sumo sacerdote y los principales de los judíos se presentaron ante él contra Pablo; y le rogaron,
  3   pidiendo favor contra él, que le hiciese traer a Jerusalén, poniendo ellos asechanza para matarle en el camino.
  4   Mas Festo respondió que Pablo estuviese guardado en Cesarea, y que él mismo iría allá en breve.
  5   Los que de vosotros puedan, dijo, desciendan conmigo, y si hay algún crimen en este varón, acúsenle.
  6   Y deteniéndose entre ellos más de diez días, descendió a Cesarea; y el día siguiente se sentó en el tribunal, y mandó que Pablo fuese traído.
  7   Y venido él, le rodearon los judíos que habían venido de Jerusalén, y pusieron contra Pablo muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar;
  8   alegando él en su defensa: Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada.
  9   Pero Festo, queriendo congraciarse con los judíos, respondió a Pablo, y dijo: ¿Quieres subir a Jerusalén, y allá ser juzgado de estas cosas delante de mí?
  10   Y Pablo dijo: Ante el tribunal de César estoy, donde debo ser juzgado. A los judíos no les he hecho agravio alguno, como tú sabes muy bien.
  11   Porque si algún agravio, o alguna cosa digna de muerte he hecho, no rehúso morir; pero si nada hay de las cosas de que éstos me acusan, nadie puede entregarme a ellos. A César apelo.
  12   Entonces Festo, habiendo hablado con el consejo, respondió: A César has apelado; a César irás.
  13   Y pasados algunos días, el rey Agripa y Bernice vinieron a Cesarea a saludar a Festo.
  14   Y como estuvieron allí muchos días, Festo declaró al rey la causa de Pablo, diciendo: Un hombre ha sido dejado preso por Félix,
  15   acerca del cual, cuando estuve en Jerusalén, comparecieron ante mí los príncipes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo juicio contra él.
  16   A los cuales respondí: No es costumbre de los romanos entregar alguno a la muerte antes que el acusado tenga presentes a sus acusadores, y tenga oportunidad de defenderse de la acusación.
  17   Así que, habiendo venido ellos juntos acá, sin ninguna dilación, al día siguiente, sentado en el tribunal, mandé traer al hombre.
  18   Y estando presentes los acusadores, ningún cargo presentaron de los que yo sospechaba,
  19   sino que tenían contra él ciertas cuestiones acerca de su superstición, y de un cierto Jesús, ya muerto, el cual Pablo afirmaba estar vivo.
  20   Y yo, dudando en cuestión semejante, le pregunté si quería ir a Jerusalén y allá ser juzgado de estas cosas.
  21   Mas apelando Pablo a ser reservado para la audiencia de Augusto, mandé que le guardasen hasta que le enviara a César.
  22   Entonces Agripa dijo a Festo: Yo también quisiera oír a ese hombre. Y él dijo: Mañana le oirás.
  23   Y al otro día, viniendo Agripa y Bernice con mucha pompa, y entrando en la audiencia con los tribunos y principales hombres de la ciudad, por mandato de Festo fue traído Pablo.
  24   Entonces Festo dijo: Rey Agripa, y todos los varones aquí presentes con nosotros; veis a este hombre, del cual toda la multitud de los judíos me ha demandado en Jerusalén y aquí, dando voces que no debe vivir más;
  25   pero yo, hallando que ninguna cosa digna de muerte ha hecho, y él mismo ha apelado a Augusto, he determinado enviarle.
  26   Del cual no tengo cosa cierta que escribir a mi señor; por lo que le he traído ante vosotros, y mayormente ante ti, oh rey Agripa, para que después de examinarle, tenga yo qué escribir.
  27   Porque me parece fuera de razón enviar un preso, y no informar de los cargos que haya en su contra.

 
Hechos 26
 
  1   Entonces Agripa dijo a Pablo: Se te permite hablar por ti mismo. Pablo entonces, extendiendo la mano, comenzó así su defensa:
  2   Me tengo por dichoso, oh rey Agripa, de que hoy haya de defenderme delante de ti acerca de todas las cosas de que soy acusado por los judíos.
  3   Mayormente sabiendo que tú eres conocedor de todas las costumbres y cuestiones que hay entre los judíos; por lo cual te ruego que me oigas con paciencia.
  4   Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos;
  5   los cuales saben que yo desde el principio, si quieren testificarlo, conforme a la más estricta secta de nuestra religión, he vivido fariseo.
  6   Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres, comparezco y soy juzgado;
  7   promesa que nuestras doce tribus, sirviendo constantemente de día y de noche, esperan ha de llegar. Por esta esperanza, oh rey Agripa, soy acusado de los judíos.
  8   ¡Qué! ¿Se ha de juzgar entre vosotros como cosa increíble, que Dios resucite a los muertos?
  9   Yo ciertamente había pensando dentro de mí, que era mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret;
  10   lo cual también hice en Jerusalén, y yo encerré en cárceles a muchos de los santos, recibida autoridad de los príncipes de los sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto.
  11   Y muchas veces, castigándolos por todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras.
  12   Y ocupado en ello, yendo a Damasco con autoridad y comisión de los príncipes de los sacerdotes,
  13   al mediodía, oh rey, yendo en el camino vi una luz del cielo, que sobrepasaba el resplandor del sol, iluminando en derredor de mí y de los que iban conmigo.
  14   Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.
  15   Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y Él dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
  16   Mas levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que apareceré a ti:
  17   librándote de este pueblo y de los gentiles, a los cuales ahora te envío,
  18   para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, remisión de pecados y herencia entre los santificados.
  19   Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial,
  20   sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.
  21   Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme.
  22   Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de venir.
  23   Que Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles.
  24   Y diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco.
  25   Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.
  26   Pues el rey sabe estas cosas, delante del cual también hablo confiadamente. Pues estoy seguro que no ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón.
  27   ¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees.
  28   Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser cristiano.
  29   Y Pablo dijo: ¡Quisiera Dios, que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy, excepto estas cadenas!
  30   Y cuando hubo dicho esto, se levantó el rey, y el gobernador, y Bernice, y los que estaban sentados con ellos;
  31   Y cuando se retiraron aparte, hablaban entre sí, diciendo: Ninguna cosa digna de muerte ni de prisión, hace este hombre.
  32   Y Agripa dijo a Festo: Podía este hombre ser puesto en libertad, si no hubiera apelado a César.

 
Hechos 27
 
  1   Mas cuando fue determinado que habíamos de navegar para Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la compañía Augusta.
  2   Y embarcándonos en una nave adrumentina, queriendo navegar junto a las costas de Asia, zarpamos, estando con nosotros Aristarco, macedonio de Tesalónica.
  3   Y al otro día llegamos a Sidón; y Julio, tratando humanamente a Pablo, le permitió que fuese a sus amigos, para ser de ellos asistido.
  4   Y haciéndonos a la vela desde allí, navegamos a sotavento de Chipre, porque los vientos eran contrarios.
  5   Y habiendo pasado el mar de Cilicia y Panfilia, arribamos a Mira, ciudad de Licia.
  6   Y hallando allí el centurión una nave de Alejandría que navegaba a Italia, nos puso en ella.
  7   Y navegando muchos días despacio, y habiendo apenas llegado delante de Gnido, no dejándonos el viento, navegamos a sotavento de Creta, junto a Salmón.
  8   Y costeándola difícilmente, llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea.
  9   Y pasado mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, habiendo ya pasado el ayuno, Pablo les amonestaba,
  10   diciéndoles: Varones, veo que con perjuicio y mucho daño, no sólo del cargamento y de la nave, mas aun de nuestras personas, habrá de ser la navegación.
  11   Mas el centurión creía más al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía.
  12   Y porque el puerto era incómodo para invernar, la mayoría acordaron pasar también de allí, por si pudiesen arribar a Fenice, que es un puerto de Creta que mira hacia el nordeste y sudeste, e invernar allí.
  13   Y soplando una suave brisa del sur, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, izando velas, iban costeando Creta.
  14   Pero no mucho después se levantó en su contra un viento tempestuoso, que se llama Euroclidón.
  15   Y siendo arrebatada la nave, y no pudiendo resistir contra el viento, resignados, dejamos la nave a la deriva.
  16   Y corriendo a sotavento de una pequeña isla que se llama Clauda, apenas pudimos salvar el esquife;
  17   el cual subido a bordo, usaban de refuerzos, ciñendo la nave; y teniendo temor de que diesen en la Sirte, arriando velas eran así llevados.
  18   Y siendo azotados por una vehemente tempestad, al día siguiente alijaron la nave;
  19   y al tercer día nosotros con nuestras manos arrojamos los aparejos de la nave.
  20   Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, siendo azotados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.
  21   Entonces Pablo, como hacía ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Señores, debían por cierto haberme oído, y no haber zarpado de Creta, para recibir este daño y pérdida.
  22   Mas ahora os exhorto a que tengáis buen ánimo; porque no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave.
  23   Porque esta noche ha estado conmigo el Ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo,
  24   diciendo: Pablo, no temas; es menester que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha dado todos los que navegan contigo.
  25   Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho.
  26   Si bien, es menester que demos en una isla.
  27   Y venida la decimacuarta noche, y siendo llevados por el mar Adriático, los marineros a la media noche sospecharon que estaban cerca de alguna tierra;
  28   y echando la sonda, hallaron veinte brazas, y pasando un poco más adelante, volviendo a echar la sonda, hallaron quince brazas.
  29   Y temiendo dar en escollos, echaron cuatro anclas de la popa; y ansiaban que se hiciese de día.
  30   Entonces como los marineros estaban por huir de la nave, habiendo echado el esquife al mar, aparentando como que querían largar las anclas de proa,
  31   Pablo dijo al centurión y a los soldados: Si éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros.
  32   Entonces los soldados cortaron las cuerdas del esquife y dejaron que se perdiera.
  33   Y cuando comenzaba a amanecer, Pablo exhortaba a todos que comiesen, diciendo: Éste es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada.
  34   Por tanto, os ruego que comáis por vuestra salud; que ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá.
  35   Y habiendo dicho esto, tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer.
  36   Entonces todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también.
  37   Y éramos todas las personas en la nave doscientas setenta y seis.
  38   Y ya saciados de comida, aligeraron la nave, echando el trigo en el mar.
  39   Y cuando se hizo de día, no reconocían la tierra; mas veían una bahía que tenía playa, en la cual acordaron encallar, si pudiesen, la nave.
  40   Y cortando las anclas, las dejaron en el mar, largando también las amarras del timón; e izada al viento la vela de proa, tomaron rumbo a la playa.
  41   Mas dando en un lugar de dos mares, hicieron encallar la nave; y la proa, hincada, quedó inmóvil, y la popa se abría con la violencia de las olas.
  42   Entonces los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno se fugase nadando.
  43   Mas el centurión, queriendo salvar a Pablo, estorbó este acuerdo, y mandó que los que pudiesen nadar, fuesen los primeros en echarse al mar, y saliesen a tierra;
  44   y los demás, parte en tablas, parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra.

 
Hechos 28
 
  1   Y ya a salvo, entonces supieron que la isla se llamaba Melita.
  2   Y los bárbaros nos mostraron no poca humanidad; porque, encendieron un fuego, y nos recibieron a todos, a causa de la lluvia que caía, y del frío.
  3   Entonces, habiendo recogido Pablo algunos sarmientos, y poniéndolos en el fuego, una víbora, huyendo del calor, le acometió a la mano.
  4   Y como los bárbaros vieron la serpiente venenosa colgando de su mano, se decían unos a otros: Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado del mar, la justicia no deja vivir.
  5   Mas él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún mal padeció.
  6   Y ellos estaban esperando cuándo se había de hinchar, o caer muerto de repente; mas habiendo esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, cambiaron de parecer y dijeron que era un dios.
  7   En aquellos lugares había heredades del principal de la isla, llamado Publio, quien nos recibió y nos hospedó amigablemente tres días.
  8   Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; al cual Pablo entró a ver, y después de haber orado, puso sobre él las manos, y le sanó.
  9   Y hecho esto, también otros que en la isla tenían enfermedades, venían, y eran sanados;
  10   los cuales también nos honraron con mucho aprecio; y cuando zarpamos, nos cargaron de las cosas necesarias.
  11   Y después de tres meses, navegamos en una nave de Alejandría, que había invernado en la isla, la cual tenía por insignia a Cástor y Pólux.
  12   Y llegados a Siracusa, estuvimos allí tres días.
  13   De allí, costeando alrededor, llegamos a Regio; y después de un día, soplando el sur, vinimos al segundo día a Puteoli,
  14   donde hallamos hermanos, y nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días; y así, nos fuimos a Roma;
  15   de donde, oyendo de nosotros los hermanos, nos salieron a recibir hasta el foro de Appio y Las Tres Tabernas; y al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento.
  16   Y cuando llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto de la guardia, mas a Pablo le fue permitido estar aparte, con un soldado que le guardase.
  17   Y aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos; a los cuales, luego que estuvieron reunidos, les dijo: Yo, varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra las costumbres de nuestros padres, he sido entregado preso desde Jerusalén en manos de los romanos;
  18   los cuales, habiéndome interrogado, me querían soltar; por no haber en mí ninguna causa de muerte.
  19   Pero contradiciendo los judíos, me vi obligado a apelar a César; no que tenga de qué acusar a mi nación.
  20   Así que, por esta causa, os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy rodeado de esta cadena.
  21   Entonces ellos le dijeron: Nosotros ni hemos recibido de Judea cartas acerca de ti, ni ha venido alguno de los hermanos que haya denunciado o hablado algún mal de ti.
  22   Mas queremos oír de ti lo que piensas; porque de esta secta nos es notorio que en todas partes es contradicha.
  23   Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales declaraba y testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas.
  24   Y algunos asentían a lo que se decía, pero algunos no creían.
  25   Y como no estuvieron de acuerdo entre sí, partiendo ellos, les dijo Pablo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres,
  26   diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis:
  27   Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y de los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y yo los sane.
  28   Os sea, pues, notorio, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán.
  29   Y habiendo dicho esto, los judíos salieron, teniendo gran discusión entre sí.
  30   Y Pablo, se quedó dos años enteros en su casa de alquiler, y recibía a todos los que a él venían,
  31   predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, con toda confianza y sin impedimento.

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